Apreciación del Lic. Claudio Leguiza acerca de la obra teatral "La Sangre Imprescindible"


La sangre imprescindible


La realidad, ese término tan ambiguo, se nos presenta de muchas maneras cuando nos preguntamos por uno de sus rostros. En todo caso siempre estamos hablando acerca del mundo que conocemos o pretendemos conocerlo. Una obra de teatro nos puede ofrecer, más allá de una representación, la posibilidad de asir parte de esa realidad que a cada rato se nos escapa en ese constante cambio que es el devenir. Devenir que en esta época pareciera correr sin dirección alguna pero que sigue respondiendo a las acciones de los hombres y nada más que a eso. Digo que cuando miramos de cerca, ya sea por algo que nos produce molestia, que nos intriga, que nos reclama atención, es cuando comenzamos a intuir que por detrás de una escena emerge ese mundo, mundo de la producción, de la educación, de lo visible y lo enunciable, de las relaciones de poder, de la vida, del trabajo y del lenguaje.

A mi criterio, considerar el tema de la locura para poder decir algo acerca de esa realidad concreta representada a través de una obra, es una vertiente interesante para su análisis. La sangre como el plus de vida que necesitamos para sentirnos vivos y no meras maquinas. La locura, no entendida como una patología que arrastra a los hombres a una ceguera que los pierde, sino como un estado de ánimo que hace con que un hombre racional se vuelva loco y nos recuerde a cada uno su verdad. Si hay una verdad que decir, creo que es la que el loco viene a expresar: la del hombre alienado. Esta verdad, es al fin y al cabo una verdad acallada, una manifestación del no ser, de la sinrazón. Es en este sentido que podemos considerar la locura como la parte crítica y moral en la que se desenvuelve la obra.

A través de las escenas que oscilan entre la culpa, las miserias, la injusticia, el resentimiento, la frustración, el desamor, la explotación y la exclusión, se descubre la inmanencia del fin cuyo dilema se desdobla entre la quietud o la resistencia, en el quedarse o irse; evitar tanto el dolor como la misma muerte. Este loco, producto de una sociedad desigual, es arrojado en los límites de lo que la misma puede tolerar. En esas circunstancias en que se debate la vida y la nada, en la que se llega al limite de lo que se pueda justificar para no caer en la sinrazón, hay una lucha entre el existir y la falta de un sentido de la existencia. De modo que el crimen, si realmente podemos considerar de hecho, le permite al loco develarnos una verdad profunda: hasta lo más poderosos son vulnerables.

Una vez más, la teatralización de la vida llevada a la representación de una forma de relación social esquizofrénica, hace mover el tamiz por el cual aceptamos malhumorados y vergonzosos, como si una mentira nos fuera descubierta, la realidad del cuerpo amonedado que nos habla de frente. El cuerpo que yace colgado de la soga, no es más que la objetivación de una injusticia, y el alcohol, al igual que cualquier religión, la evasión de la conciencia ante una realidad que vuelve loco a cualquiera. Tenemos entonces una obra que nos representa la sociedad escindida entre los propietarios por un lado y los trabajadores, degradados a mera mercancía, por el otro.

En esta realidad solo es posible entender por que el trabajador se barbariza, se desvaloriza, se deforma, se desrealiza, se vuelve impotente. Así como la teología propone un paraíso en un más allá,  la explotación del propietario hace de la desvalorización del trabajador un paraíso en el más acá. Al fin y al cabo, uno termina consolado ante el hecho de que todo no es más que una obra teatral y puede tranquilizarse pensando en que a uno no le podría pasar semejante cosa. Pero por otro lado, uno también se lleva bien escondido la verdad más cruda: “lo animal se convierte en humano, y lo  humano en animal”. El trabajador se autoaliena y por eso la sangre sigue siendo imprescindible.


Lic. Claudio Leguiza

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